domingo, 19 de diciembre de 2010

Salvador Novo, Los agoristas




















Agora, Agrajes dijo, habéis de verlo,
-o lo veredes, por mejor decirlo-;
y agorero voló tímido mirlo,
y Solón acudió para entenderlo.

¿Se apropincua Del Mar? Hay que dejerlo.
Si se desagua Mel, hay que exprimirlo;
¿de inanición delira?, hay que nutrirlo,
¡todo haremos por él!...menos leerlo.

Vértice metafórico, evadirlo
será mejor a tiempo que no birle
peso más al mortal que haya de oírlo.

Pues me encarga la gente de decirle,
ya que os habéis negado a comprendirlo,
que ese inmundo papel no ha de leírlo,

del aguapatos castellana chirle.


Salvador Novo (México, 1904-1974) era tan salvajemente libre en sus pullas que muchos de sus poemas circularon clandestinamente y llegaron al libro luego de la muerte de su autor, como es el caso de Sátira, el libro cabrón, publicado por la UNAM en 1978.
De más está señalar la prosapia con el Siglo de Oro español: las expresiones de la batalla entre la vega siempre llana y los culteranos aquí aparecen variadas, reinventadas y con un innegable sabor a deuda. Es notable que nuestra época, tan proclive al elogio desmesurado y al eufemismo, necesite invocar aquel lenguaje crudo para trazar un paralelismo con las cofradías del siglo XX en México.
Salvador Novo comprendió, mejor que muchos de su generación, que la íntima fuerza de las vanguardias radica en reciclar tradiciones.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Juan Bautista Arriaza, Perdí mi corazón






















Perdí mi corazón -¿lo habéis hallado,
ninfas del valle en que penando vivo?-
ayer andando solo y pensativo,
suspirando mi amor por este prado.

Él huyó de mi pecho desolado
como el rayo veloz, y tan esquivo
que yo grité: “Detente, ¡oh fugitivo!”
y ya no lo vi más por ningún lado.

Si no lo conocéis, como en un ara
arde en él una hoguera, y cruda herida
por víctima de Silvia lo declara.

Dadlo, por vuestro bien, que esa homicida
lo hizo tan infeliz que donde para
mi corazón, ya no hay placer ni vida.



Ayer,para lectura previa al sueño, lo vi y dije "sí, hace mucho que no los frecuento" y me puse a releer el tomo de la Biblioteca de Autores Españoles dedicado a poetas líricos del siglo XVIII, edición a cargo del académico Leopoldo Augusto de Cueto.
Me detuve en Juan Bautista Arriaza y Superviela (1770-1837). El por qué y qué decir de Juan Nicasio Gallego quedará para posterior post; está tronando y tengo que tomar el tren a Buenos Aires.
En breve caerá, como decía Borges, "la lluvia numerosa";así que llevo, bien protegido,mi equipaje de líricos dieciochescos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Borges, Una rosa y Milton





















De las generaciones de las rosas
Que en el fondo del tiempo se han perdido
Quiero que una se salve del olvido,
Una sin marca o signo entre las cosas

Que fueron. El destino me depara
Este don de nombrar por vez primera
Esa flor silenciosa, la postrera
Rosa que Milton acercó a su cara,

Sin verla. Oh tú bermeja o amarilla
O blanca rosa de un jardín borrado,
Deja mágicamente tu pasado

Inmemorial y en este verso brilla,
Oro, sangre o marfil o tenebrosa
Como en sus manos, invisible rosa.