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Tu cuerpo sabe a soledad y a trigo,
a la insistencia de la hierbabuena;
huele a la huella de la luna llena,
a la tierra que espera sin testigo;
cede al abrazo con que yo lo abrigo,
es en los dedos ecuación de arena;
al oleaje de la noche suena,
al último perdón del enemigo;
arañando mis ojos consumidos,
el paso mineral de su belleza
me deja sólo números dispersos:
se rompe así tu cuerpo en mis sentidos
y para componerlo en mi cabeza
de muy poco me sirve escribir versos.

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